domingo, 20 de noviembre de 2011

Unas Horas con...

Homeless.
 

La calle Columela es una de las más concurridas de la ciudad y me gusta pasear por ella para relajarme. La gente compra, camina y vive. Cada uno a su manera pero, lo importante, al fin o al cabo, es vivir. En nuestro ensimismamiento rutinario del día a día es difícil observar todo lo que nos rodea y ahí es donde comienza esta historia.

Conocí a Paolo en la puerta de una conocida tienda de ropa para hombres. Bueno, no lo conocí, sólo me fijé en él. Al parecer se sienta todos los días en las escaleras de la entrada y espera. Espera junto a su perro, su mochila y su gorra. Espera y lee. No pide como otras personas que he conocido con anterioridad y te invaden o atropellan para que les des “lo suelto” que llevas en la cartera o en los bolsillos. El sólo espera y lee.
Me fui fijando que no sólo permanecía en aquel lugar durante el día, también pasaba allí las noches. Los meses de verano pueden ser fabulosos pero el otoño y el invierno dejan mucho que desear. También me di cuenta que cambiaba de libros con frecuencia. Eso fue lo que me hizo acercarme a él.

Cuando le llevé “Los renglones torcidos de Dios” acababa de terminarse “la Historia interminable” y, para mí, fue motivo más que suficiente para confiarme a él. Simplemente le ofrecí el libro y le dije que le traería otros si a él no le importaba. Su perro no paraba de olisquearme y movía el rabo amigablemente. Me invitó a sentarme junto a él y por primera vez no me dio vergüenza que la gente me observara.

Paolo es italiano y llegó a Cádiz hace dos meses. No encuentra trabajo y no le ponen demasiados impedimentos en dormir donde está. Asuntos Sociales no puede regularizar su situación y el ayuntamiento le ofrece tres noches de sueños placenteros y comida en un albergue al que no se puede acceder. No es muy ruidoso, es educado y le gusta leer. Creo que ese es el motivo por el que no lo echan. Come en algunos centros de acogida (sobresaturados) y en el comedor de las monjitas de La Viña. Con lo que la gente le da, sobrevive.

Han pasado varios meses y ya le he prestado siete libros. Hemos comenzado a confiar el uno en el otro y lo que más me preocupa es que su situación no cambia. Paso muchas horas sentado junto a él mientras la gente le da algo (dinero, comida o ropa) y parece que Paolo cada día se siente peor. Su situación no cambia e irremediablemente su vida permanece temporalmente estancada.

Una mañana llegué para que tomáramos algo caliente en un bar cercano al Palillero y no lo encontré allí. Paolo sabía donde trabajaba y vino a buscarme varias horas más tarde. Mientras dormía unos desconocidos le habían pegado una paliza y no le había dado tiempo a reaccionar.

A partir de ese momento intentamos buscar un lugar donde pudiera protegerse por las noches.
Esta historia va a terminar aquí. Por qué. Porque me gustaría contaros que encontró trabajo, casa y reorganizó su vida tal y como él quería. Pero no. Os ofrezco tres finales alternativos. Elegid bien:

1.    Conseguimos, después de aquella brutal paliza, localizar a un primo suyo que vivía en Chiclana y después de un largo tiempo consiguió volver a Italia donde comenzó una vida feliz con una chica napolitana.

2.      En realidad pertenece a la mafia de Nápoles y después de huir de su país, por romperle los brazos y las piernas a un narcotraficante, apareció en España para poner espacio y tiempo frente a su situación en Italia. No encontraba trabajo porque no lo necesitaba. Todo lo que le daban lo gastaba en heroína y había provocado algunos conflictos en los centros en los que buenamente lo habían acogido.

3.      De día, todavía sigue en la misma tienda, esperando que su situación se regularice. Por las tardes, ha comenzado a trabajar de guardacoches y duerme en la casa de una chica con la que ha comenzado a salir.


Por cierto el perro me lo quedé yo.

AZAZEL.


Escuchad esta canción:

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